EL ACADÉMICO JOSÉ MARÍA ALBAREDA MUESTRA SU CALIDAD COMO RETRATISTA EN LA FUNDACIÓN ANTONIO PÉREZ
BAJO EL TÍTULO DE “IDENTIDADES”
LA EXPOSICIÓN PERMANECERÁ ABIERTA HASTA EL 29 DEL PRÓXIMO SEPTIEMBRE
Cuarenta y dos cuadros, óleos
óleo sobre lienzo y tabla imprimada, un buen número de ellos –especialmente los
expuestos en la sala grande, la que fuera capilla del histórico recinto
conventual que hoy ocupa la institución– de gran formato, el resto de mediana o
pequeña dimensión, conforman la exposición que desde el pasado día 11 del
presente mes de julio y bajo el título de “Identidades” y hasta el 29 del venidero
septiembre testimonian la calidad como retratista del pintor sanclementino José
María Albareda, académico de número de la Real Academia Conquense de Artes y
Letras de Cuenca y sin duda alguna uno de los nombres más relevantes del
panorama plástico conquense actual.
Tras muestras anteriores
en los que dejó la impronta de su espléndido trabajo en los campos del paisaje
y de las naturalezas muertas y tanto entonces como ahora con un hacer que se
asienta en una figuración en la que sin embargo late, más que presente, un sentir
abstracto más que asumido en sabia alianza con la preocupación por la
utilización del poder expresivo de la materia, en la nueva exposición albaderediana “la
perfecta combinación entre maestría técnica y rigor en el trabajo”, cual acertadamente
escribe Jorge Monedero López en la hoja de sala de la muestra, “se pone al
servicio del retrato, con la dificultad existente, (como bien señala el
catedrático y artista José Saborit en su libro “Lo que la pintura da”),
en el complejo equilibrio tensional entre lo que permanece y lo que cambia,
entre lo igual y lo distinto, persiguiendo que la obra contenga ese rastro de
presencia humana y trazos de eventos pasados, que ya anhelara conseguir Francis
Bacon en sus lienzos”.
Presentados en series
abiertas que van desde la dura realidad de la demencia o el Alzheimer –la acogida al epígrafe “La mirada del olvido” – a las
centradas en rostros familiares, anónimos o bien conocidos de esa sociedad conquense
en la que el pintor vive y capta pasando por figuras artísticas o literarias como
las de Rembrandt, Goya, Camille Claudel, Hilma af Klint, Sonia Delaunay, Käthe
Kollwitz, Voltairine de Cleyre o el antes citado Francis
Bacon, amén del del propio Antonio Pérez alma mater de la Fundación de cuyos
muros cuelgan, los retratos de Albareda –convencido de que, son sus propias
palabras, “uno pinta para entender mejor el misterio de la vida, o, como decía
Bacon, para escapar de ella” y fiel a su declarada concepción de que una
pintura no debe significar, sino ser– consiguen que, y es también cita suya al
hablar de sus intenciones ante el lienzo, en ellos la superficie pictórica se
convierta en un verdadero mapa de identidad del propio sujeto representado al
tiempo que también, en alguna medida, del propio pintor.
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