EL OBISPO RAMÍREZ DE VILLAESCUSA EN LAS CITAS DE LA RACAL


ESTE MARTES 18 CON UNA CHARLA DE MIGUEL JIMÉNEZ MONTESERÍN

Escudo del Obispo Ramírez de Villaescusa

Cinco siglos después de que comenzara a regir la diócesis conquense, la figura del villaescusero Diego Ramírez de Villaescusa llega a los denominados “Martes de la RACAL” con la charla que, cerrando este primer trimestre del curso actual, dará el historiador y director de la corporación Miguel Jiménez Monteserín. Será, como de costumbre, a partir de las ocho de la tarde en el salón de actos de la institución en la segunda planta del edificio de las antiguas Escuelas de San Antón, junto a la iglesia de la Virgen de la Luz, con entrada libre y gratuita hasta completar la capacidad de acogida del local. 

Nacido en Villaescusa de Haro en  1459, don Diego Ramírez de Villaescusa, pertenecía a una familia de letrados y eclesiásticos que supo instalarse bien durante tres siglos en los más altos escalones de la administración civil y religiosa castellana. Universitario en Salamanca, fue colegial de San Bartolomé y desempeño distintas cátedras. Ligado al confesor real fray Hernando de Talavera OSH, primer arzobispo de Granada, éste le hizo miembro de su cabildo catedral. Fue luego provisor en Jaén antes de ser nombrado capellán mayor de la princesa Juana, heredera al fin del trono castellano y esposa del duque de Borgoña Felipe el Hermoso. Con ellos viajó a Flandes y en Lovaina obtuvo el grado de doctor en teología. Prelado cortesano al estilo de los colaboradores que buscaron entre el alto clero los Reyes Católicos, fue obispo de Astorga y de Málaga antes de pasar a regir la diócesis conquense en 1518, la fecha que se rememora en la charla de la RACAL. Fue presidente de la Chancillería de Valladolid, alto tribunal de apelaciones del reino castellano, y allí tuvo una actuación un tanto ambigua en medio del conflicto comunero. Se exilió a Roma buscando el amparo del nuevo Papa Adriano VI (1522-23), tutor de Carlos V y regente de los reinos hispanos en ausencia del emperador. Obligado a retornar a Cuenca, realizó en su diócesis una intensa actividad pastoral patente en numerosas medidas disciplinares que sientan las bases en ella de la reforma católica decretada treinta años después por el concilio de Trento. Murió en Cuenca en 1537 y está enterrado en la capilla mayor de la catedral.

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